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En el bosque nos enamora el sentir el aire fresco y el suelo cuando podemos andarlo con pies descalzos. Así nos podemos conectar con nuestro ser más natural mientras observamos cómo se desarrolla la vida en lo más pequeño y en lo más grande del lugar.

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Los bosques son ecosistemas formados por factores bióticos (árboles, arbustos y herbáceas) y abióticos, y dan lugar a mucho de lo que sucede dentro y fuera de ellos.

Pero los bosques cambian, ya sea por el tiempo, por la acción de insectos y/o microorganismos, o por cambios poblacionales en las especies (en las que está incluida la nuestra).

A veces, como seres humanos, buscamos la comodidad justificando la relación que en algunos casos hemos tenido con ellos, por la necesidad que tenemos a partir de nuestra propia sobrepoblación. Para ello, por un lado se ha dicho que no solo los bosques dan oxígeno al planeta —aunque son los organismos más completos— y, por otro, hemos defendido los cambios de uso de suelo con las medidas de mitigación y compensación que nosotros mismos hemos diseñado, aunque con ellas no se pueda recuperar lo perdido por completo.

Creemos que es necesario que como seres humanos nos miremos como parte de la naturaleza y que veamos al bosque, más que por los bienes y servicios que nos brinda, como un organismo vivo y completo. Necesitamos desmenuzar cada una de sus partes y, al mismo tiempo, ver el todo para visualizar su importancia; en realidad no siempre es necesario llevar a cabo acciones para rehabilitar sus partes en busca del equilibrio, especialmente si nos enfocamos en relacionarnos con él de manera colaborativa: el bosque de El Humedal nos ha enseñado que los bosques no necesitan de nosotros, ellos son capaces de controlar lo que se sale de la rutina. Nuestro papel es de compañía y facilitación para potenciar lo que ya sucede de manera natural, la pregunta sería ¿hacia dónde queremos encauzar esa compañía?

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