Hace casi dos meses celebrábamos el Día de la Madre Tierra; y, con ello, recibíamos la primera lluvia del año en Valle de Bravo, junto con un olor a tierra mojada, al que muchos llamamos “petricor”. El petricor es un aceite exudado por algunas plantas que durante la sequía se almacena en el suelo y las piedras, el cual se encapsula en burbujas que se forman con la caída de las primeras lluvias. Estas burbujas flotan, se rompen en el aire, y liberan ese aroma. (Mira el video del MIT aquí https://youtu.be/Waqmq_GTyjA).
Entonces, este aroma era la voz de la propia Madre Tierra que nos recordaba el comienzo de un nuevo ciclo: la temporada de secas estaba por terminar, y pronto podríamos descansar un poco del temor a los incendios del bosque. Pero para que la madre sostenga a su propio ritmo, necesitamos dejarla hacerlo sin intervenir. Porque su ciclo es como un parto continuo, cuyos espasmos resuenan en las mareas que, también, son guiadas por la fuerza de la luna.
Y así, como una mujer en parto, la Tierra pide quietud, paz, silencio, respeto a sus tiempos, a sus ciclos. Todo puede suceder si logramos entrar en su ritmo, pero para ello, como cuando entramos saltar la cuerda, necesitamos antes observar sus ritmos y entrar justo en el momento en que la cuerda no choque con nuestro cuerpo, saltar al ritmo de la cuerda y de quienes ya lo siguen en ella.
Hoy, en el Día contra la desertificación y la sequía, recordamos esa voz de la Tierra en la lluvia que cae en nuestros bosques y se infiltra a través de caminos subterráneos de suelos vivos, llevando nutrientes, favoreciendo la vida en y sobre ellos. Recordamos la importancia que tienen esos bosques para captar el agua y lograr que encuentre el camino en sus venas para hacer vida, no para destruirla. La desaparición de los bosques es una de las principales causas de desertificación y sequía.
Hoy la Madre Tierra nos pide que seamos atentos con ella, detenernos un instante, observar sin actuar hasta que seamos capaces de entenderla y entonces, más allá de ayudarla, acompañarla en los procesos que ella dirige desde hace millones de años.
¿De dónde viene y a dónde va?
Sabemos que en nuestra era es prácticamente imposible deshacernos del consumismo por completo, pero ¿qué tal hacernos conscientes de lo que consumimos en el día a día y y de la forma en que nuestros desechos se pueden (o no) transformar? Antes de hacer cualquier cambio en nuestros hábitos, es importante conocerlos y su impacto tanto en los seres bióticos y abióticos, tanto en la vida de los seres como en el suelo y en el agua. De esta forma podremos saber de qué forma estos hábitos contribuyen a la sequía y desertificación.
Esta observación quizá nos lleve a darnos cuenta de que muchas veces no sabemos de dónde viene el agua que consumimos, por ejemplo, o a dónde va. No sabemos cómo es que nuestro consumo promueve la tala indiscriminada de árboles y, con ello, la pérdida de ecosistemas. Este desconocimiento es la razón por la que tanto el suelo, el agua y los desechos encuentren caminos poco favorables en el sistema de la vida. Este desconocimiento es la razón por la que cada año, el mundo pierda 10 millones de hectáreas de bosques (una extensión similar a Islandia). La pérdida de bosques, a su vez, es la razón por la que la lluvia no alcance a llegar a ciertos lugares, provocando desertificación y sequías, ausentando el petricores locales y alterando los ciclos de la vida.